2014/11/03

Correr en el paraíso de la madrugada



5:20 am, viernes en la mañana. Abro la puerta de nuestra casa y doy un paso en este mundo casi irreal pero tan hermoso que se encuentra en mi alrededor. Aún está bastante oscuro pero la primera tímida luz del día acaba de aparecer. Los muchos tonos de verde que usualmente se pueden ver por aquí ahora todavía son un solo tono de verde oscuro, muy oscuro, mientras que el cielo poco a poco va cambiando de negro a gris oscuro a azul oscuro. Abajo, a lo lejos, veo miles de luces pequeñas; luces que aún estarán iluminando las calles oscuras de la ciudad por unos 20 minutos más hasta que el día inicie de verdad y podrán ser apagadas.

                                                                                                                     
A un lado puedo divisar claramente dos volcanes majestuosos, el Irazú y el Turrialba, sobresaliendo por encima del mar de luces, con su oscuro color negro del amanecer contrastando de forma hermosa con el cielo azul oscuro. Desde la cima del Turrialba, se eleva una inmensa columna de humo negro y denso. El volcán ya había mostrado alguna actividad durante los últimos años pero ahora de verdad parece haber despertado, con algunas explosiones grandes y erupción de cenizas, rocas e incluso magma en los últimos días. El día anterior, las cenizas se habían dispersado por todo el Valle Central – mi carro también amaneció cubierto de una capa fina de ceniza volcánica. Me pregunto qué estará planeando el Turrialba: ¿aumentar su actividad, mantenerse en este nivel, volver a dormirse? El tiempo nos dirá – siempre es un poco preocupante cuando estas cosas suceden ya que no sabemos qué es lo que sigue, pero al mismo tiempo nos da unas vistas impresionantes, maravillosas postales en vivo de la Madre Naturaleza que se pueden observar directamente desde la puerta de la casa o por la ventana del baño.

No puedo resistirme a tomar algunas fotos. Después, guardo mi celular – ¡es hora de correr! Empiezo con una caminata de 600 metros cuesta arriba como calentamiento. Luego empiezo a correr. Subiendo, bajando, subiendo nuevamente – vivir en las montañas me garantiza una ruta exigente sin importar hacia dónde voy. En mi alrededor los pájaros se despiertan y empiezan a entonar sus canciones de buenos días. Desde lejos, el Irazú y el humeante Turrialba son testigos de mi esfuerzo. En el camino me encuentro con otros corredores, algunos ciclistas, algunas personas saliendo temprano para sus trabajos, sólo unos cuantos carros y mucho silencio y aire puro y fresco. ¡Estos son los momentos en que de verdad no me hace falta vivir en la ciudad!

Unos 50 minutos y 7.5 km después vuelvo a casa y mientras me estoy estirando un poco en nuestro patio con vista a la columna de humo del Turrialba (el volcán ahora está escondido detrás de las nubes) y con el sol mañanero en la cara, una bandada de pericos verdes pasa justo sobre mi cabeza, dejándome saber con mucho ruido que éste es su territorio, no el mío. Cuando vuelvo a entrar a la casa, escucho otros sonidos que llegan desde arriba: mis hijas se acaban de despertar y empezaron su conversación de la mañana. Me encanta escucharlas hablar y pasar un buen rato juntas mientras esperan a que mi esposo entre en su cuarto.


Algunas personas me dirán que estoy loca por levantarme tan temprano para ir a correr. Les diría que tienen razón. Y también les diría que estoy orgullosa y feliz por ser una de esos locos corredores de madrugada. La vida de una corredora es bonita. La vida de una madre de gemelas es bonita. La vida de una mama de gemelas corredora, ¡aún mejor!

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